24.4.10

Miss Alicia

©Conde Villiers de L'isle Adam (1840-1889)
©1900, Bernardo Couto Castillo por la traducción

Miss Alicia no tiene veinte años apenas. Sus movimientos son de una lenta y deliciosa armonía, su cuerpo ofrece un conjunto de líneas para sorprender a los más grandes estatuarios. Una caliente palidez de tuberosa reviste sus plenitudes. Es en verdad el esplendor de la Venus Victrix humanizada. Sus pesados cabellos morenos tienen el esplendor de una noche del sur. Con frecuencia, al salir del baño, camina sobre esta resplandeciente cabellera a la que ni el agua puede desondular y arroja, ante ella, de un hombro a otro, esas tinieblas lujuriosas como si fuesen el lienzo de un manto. Su rostro es el óvalo más seductor; su cruel boca florece como un sangriento clavel que se abre ebrio de rocío. Húmedas luces juegan y se apoyan en sus labios, cuando los hoyuelos rientes descubren, avivándolos, sus cándidos dientes de animal joven; por una sombra que pase, sus pestañas se estremecen; el lóbulo de sus encantadoras orejas es frío como una rosa de abril; la nariz exquisita y recta, de transparentes fosas, continúa el perfil de la frente. Las manos son más bien paganas que aristocráticas: los pies tienen esa misma elegancia de los mármoles griegos. Este cuerpo esta iluminaado por dos orgullosos ojos negros reflejos que miran habitualmente a través de sus pestañas.
    Un tibio perfume emana del seno de esta flor humana que embalsama y su olor quema, embriaga y encanta. El timbre de la voz de Miss Alicia es tan penetrante, las notas de sus cantos tienen inflexiones tan vibrantes y tan profundas, que, sea que recite un pasaje trágico o algunos nobles versos, o sea que cante una magnífica aria, quedo sorprendido al estremecerme lleno de admiración que es de un órden desconocido.

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